Pequeña mentira blanca

por Iris Mónica Vargas

[fragmento del relato]

[El relato completo se encuentra en Letralia: Tierra de Letras]

Hola mamá. ¿Cómo estás? Espero te encuentres bien. Son las nueve de la noche aquí. Hay una hora de diferencia entre el horario de Puerto Rico y el de Panamá.Acabamos de poner al bebé en su cuna, y luego de uno o dos chillidos —lo que es usual estos días— al fin parece haberse quedado dormido.

Fue un día largo. Despertó por última vez (ah, otro chillido más ) a las 6:20 am. Jason se levantó para cuidarlo y más tarde se fueron a dar una vuelta por ahí hasta el supermercado. Jason dice que el supermercado es bien interesante aquí porque tiene muchas frutas y productos que no se ven en los Estados Unidos. Yo no he ido, así que no sabría decirles a cuáles frutas él se refiere. Sólo  que a las parchas las llaman maracuyás. Jason compró una bebida tipo batida o “smoothie” de mango y maracuyá, y en la botella hay una foto de un mango y una parcha, de ahí mi nuevo conocimiento. De todas maneras, a eso de las siete y media desperté, y le pedí a Jason que me dejara dormir una horita más, y por eso se fueron a pasear por ahí él y Matías —antes habían estado “jugando” en la sala de este cuarto. Estamos en una habitación que se compone de un baño, una cocina, un dormitorio, una minioficinita y una salita de estar. Es extremadamente cómodo para todas las cosas que tenemos, entiéndase entre cosas, un bebé. 🙂

 

***

—Esas cosas no deberías hacer ya, Yari —decía Jason, en su español torcido.

—Ahá, ¿Cómo es?

You shouldn’t. No debes.

—¿Y qué voy a hacer? —respondía Yari a su esposo, echando a un lado, abruptamente, su computadora para mirarlo a los ojos, en desafío.

—¿ Qué crees que debo hacer, entonces? ¿Qué sugieres que haga? ¿Ah? ¿Tú quieres que a mi mamá le dé un patatús? —decía ella, pero Jason no sabía qué responder a esa pregunta. No sabía exactamente lo que era un patatús, porque su idioma natal no era el español o castellano, sino el inglés, pero entendía bien a lo que se refería su esposa y sabía que ella tenía razón. Él también debía buscar algo que hacer. Para eso habían tomado estas vacaciones. Para buscar la forma de despejar la mente. Él también estaba desconsolado. No estaba seguro de cómo iba a sobrevivir de ahora en adelante. Dejó a su esposa en la habitación. Necesitaba aire. Sentía que se le hacía muy difícil respirar. Su esposa continuó escribiendo. Desde el balcón podía escucharle los dedos golpeando el teclado con furia. Escribía como una loca, sin tregua. Se iba a dormir de madrugada todos los días. Casi no descansaba. Era cierto: no había nada más que hacer. Tal vez era mejor así.

(Continúa leyendo este relato en Letralia.)

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