Poesía, de Ángela Valentín
Ideas y poesía: Conversan Ángela M. Valentín e Iris Mónica Vargas
Iris Mónica Vargas: Siempre me ha parecido que el poema, desde que nace hasta que le dejamos a un lado (para no mentir diciendo, “lo terminamos”), va girando y girando, como un pequeño tornillo, hasta que se incorpora cómodamente en el hueco de su voz. Y a veces esa voz parece variar, como si se presentara un ente distinto a dictarle al oído quién hablará en esta ocasión. ¿Cómo encuentras la voz en el poema?
Ángela M. Valentín: Wao, cómo encuentro la voz de cada poema… Pienso que cada poema tiene su propia personalidad. No creo en las musas pero sí en la musicalidad de cada poema. Pretendo que cada uno me “suene”, por eso luego de que los escribo con urgencia, los “abandono” para luego retomarlos. Los leo en voz alta una y otra vez, y eso me ayuda a ver cómo se va enroscando el poema en el cuerpo invisible de la realidad del texto que pretendo armar. Nunca siento que los termino del todo, tampoco siento que se atornillan cómodamente, pues me parece que nunca llegan a decir del todo lo que pretendo expresar… Es un poco frustrante la lucha por conseguir la palabra justa. Y creo que en el fondo construyo mis poemas alrededor de una palabra que es como el eje del poema. Luego, lo demás “cuelga”, pende de esa palabra/concepto. Siento que al final, “entrego” el poema después de esa lucha, cuando siento que por el momento no debo alterarlos más…
IMV: Cuando escribes un poema, ¿tienes alguna aspiración particular? Esta pregunta sigue provocándome mucha curiosidad. Es algo que pondero mucho, no sólo cuando escribo sino también cuando me edito. ¿Qué es lo que pretendo hacer de este poema, qué es lo que hubiese querido que fuera, y qué es, en contraste, lo que insiste ser? ¿Cuál es tu experiencia al respecto?
AMV: Cuando escribo aspiro a contar algo que me hace feliz o a exorcizar algo que me atormenta. Aspiro a crear música con palabras (que NO melodía, sino música). Todo tiene música y pretendo capturar eso, especialmente la música del silencio. Pienso también que las palabras tienen el poder metafísico de atrapar un momento del tiempo. También aspiro a que su poder material/ energético logre hacer lo que materialmente yo no puedo. Pretendo que sea denuncia y pretendo que me/nos salve de algún modo. No aspiro a la palabra “perfecta”, aspiro a la que yo necesito, y que usualmente logra tocar a mis lectorxs. Estoy segura que ningunx de ellxs busca “la perfección” de los momentos, sino la experiencia real de ser/ estar, y creo que la poesía puede lograr de algún modo esa experiencia.

IMV: ¿Qué significa para tí la poesía?
AMV: No sé si puedo contestarte esa pregunta. Bueno, académicamente sí. Casi todos los libros que pretenden definir el género literario dicen algo así como “crear belleza con la palabra”. Sin embargo, experimento que la poesía no se circunscribe a las palabras. La poesía existe en la realidad y las palabras aspiran a atrapar esa experiencia que trasciende al concepto de la “belleza”, que ha sido tan manipulado por lo sociocultural… No sé. La poesía busca transmitir experiencias poderosas, que marcan (para bien o para mal).
IMV: La poeta Nicole Brossard escribió en uno de sus poemas: “Lo admito. Escribir no tiene sentido a menos que nos ayude a enfocarnos en vivir mejor.” Y en una de las conversaciones anteriores, la escritora Margarita Pintado comentó que escribe desde ese lugar en donde el “Yo parece que se nos rompe y disgrega”. ¿Por qué escribes tú, Ángela?
AMV: Escribo para explicarme el mundo. O sea, escribo primero para mí misma. Escribo para atrapar lo innominable de la belleza, pero también para denunciar, porque tener acceso a las palabras es un privilegio y, como todo privilegio, también hay extenderlo a quienes no pueden o tienen acceso. Escribo para dejar de doler, para sanar, para señalar y para dejar récord de aquello de lo que soy testigo.
IMV: Hace días leía un ensayo, no relacionado directamente con la poesía, donde la escritora Carmen María Machado decía, “No hay palabras para describir aquello que se negó en el lenguaje”. Para mí, existe un vínculo muy grande entre esta aseveración y la poesía. Primero, porque tiene esta última, pienso, la posibilidad de colocar al alcance de una lectora, un lector, el lenguaje que resume la grandeza o lo denso de un instante, precisamente en el momento en que todavía podría ser un misterio, aún sin codificar, en la lectora. Y luego, porque en su aseveración, Machado parece establecer una distinción entre “palabra” y “lenguaje”. Entonces la poesía podría ser el lenguaje capaz de acercarte a las palabras. O bien podría ser la interpretación del instante que te permite comprender algo necesario que, tal vez, no existe aún en la palabra. ¿Qué piensas?
AMV: La poesía parte de las palabras pero es tan libre que hace lo que le da la gana con el lenguaje y sus reglas de cómo “deberían” ser las cosas. Por eso la poesía es tan poderosa, porque no permite que el lenguaje la encajone y la haga su esclava. Por eso la poesía usa el lenguaje de las palabras para atrapar algo de las experiencias, para pintar lo mejor que puede al tiempo que se escapa tan pronto se nombra. Cuando el lenguaje no le sirve, lo quiebra; cuando las palabras no se ajustan, crea nuevas. Ese es el gran poder de la poesía.
IMV: Crecí leyendo distintas y distintos poetas, rotando en mis lecturas conforme caminaba y aprendía. Sus voces repetían constantemente poesía eres tú, para luego advertirme, secos y severos, que absortos, y así, de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, jamás habrían de quererme. Algunos aseveraban cosas extrañas, como por ejemplo, que habrían de amarme inclusive entre cosas frías y me enviaban besos en barcos graves. Me conmovía, sin embargo, que se entristecieran en los muelles cuando atracaba la tarde. Logré entender a quien amó las cosas que nunca tuvo, junto a las otras cosas que ya no tenía, y a quien jugaba en la plaza con el ser que nunca había sido, quien le pedía la mano a la noche, mientras la noche se le astillaba en estrellas. Me hizo compañía alguna vez quien juró que le llevaba sus ojos en mis dedos como anillos. Así mismo, quien no supo de atajos y no pudo guardarse de invencibles corrientes, fue una de mis rutas, y encontré las tierras que se expandían por la derecha y por la izquierda; conversé con quien juró que el flujo de la vida era la felicidad, que aquí ya habitaba la felicidad. Quiero decir: que todo ha cambiado según he cambiado, según examino y re-examino filosofías. Y sigue sorprendiéndome el modo en que la poesía, a la que a veces insisten en colocar dentro de una caja rígida, no está circunscrita a un lugar, se resiste a existir a plenitud tan sólo en un momento particular de la vida, abierta siempre a la belleza, o a la posibilidad de ella, que puede que esté en todo, en todos los instantes, como lo está, por ejemplo, en tu poema, Ángela, cuando te trenzas los cabellos y formas esa red capaz de atrapar “a los demonios ocultos en el aire,” y luego dices, “seré sábana cual infinito es el cielo, para que ustedes, mujeres de mi estirpe, pasen indemnes, sus alas no sean rotas sino fuertes”. ¿Cómo cambia, o ha cambiado, en tu vida, la poesía?
AMV: Mis primeros contactos con la poesía fueron a través de mi madre, científica fanática de la poesía clásica. Con una memoria excepcional, me recitaba a menudo sus poemas favoritos. Para una niña pequeña, a menudo estos me resultaban un tanto incomprensibles. Yo solo sabía que mi madre se emocionaba mucho al recitar aquellas palabras y, de manera intuitiva, supe que la poesía podía lograr aquello, el movimiento intenso de los sentimientos y las emociones, la capacidad de atrapar la belleza, aunque esta fuera desgarradora. Sin embargo no puedo negarte, que en aquel momento, y obviamente por los gustos particulares de ella, me hice una idea errónea de la poesía, como si únicamente hablara con aquellas palabras (muchas de ellas incomprensibles y grandilocuentes para mi edad) y sobre aquellos temas (el amor y el despecho, casi siempre). Es en la universidad en donde comienzo a descubrir las múltiples caras de la poesía, incluso las caras vivas de mis compañerxs colegiales (UPR RUM) que en aquel momento hacían poesía y gestaban sus revistas para plasmar sus obras. Yo he sido música desde pequeña y miraba el espacio de la poesía y lxs poetas desde lejos. Pero llegó el momento en el que sentí la necesidad de, además de hacer música, apalabrarme. Descubrí que prefiero hacerlo más con la poesía que con la narrativa. Coincido contigo, Iris Monica, en que hay personas que han querido encajonar lo que es este género. Circunscribirlo a modos, maneras, temas y recursos. Sin embargo, en la praxis sé que la poesía escoge misteriosamente cómo quiere decirse, así como si fuera un ente personificado, y de manera misteriosa comprende por dónde debe ir, qué palabras usar. Hay buena poesía propuesta de manera muy clásica (ritmo, métrica…) sin embargo, también hay buena poesía que trabaja con la intensidad de las palabras, con su fondo, sus imágenes y no tanto con su forma. Personalmente, he escogido hacer mi poesía desde lo sencillo, lo más diáfana posible. Me he concentrado en temas que me obsesionan: el silencio, el dolor, la soledad, la muerte. Sin embargo, también intento plasmar esa maravilla que he descubierto de la mano de mis hijxs, lejos de esquemas caducos de la maternidad. He descubierto con ellxs la capacidad de asombro y la potencia del amor que proviene de la inocencia y de la ingenuidad. Es como recordar algo que a veces la adultez te hace olvidar paulatinamente. Veo que mucha de mi poesía sale de ese encuentro con ellxs, con las memorias, desde puntos de vista que deseo que no sean tradicionales. Por eso, ese poema que mencionas, usa esa expresión de trenzarse el cabello, un acto cotidiano, con el que “atrapar los demonios ocultos en el aire”, o sea, tantos esquemas, imposiciones y estándares, para salvaguardar, en el caso de este poema, a las mujeres de mi estirpe, o sea, ejercer la sororidad desde el seno de la familia. Por ahí es que va la cosa.
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A continuación, poesía en manos, y mente, de Ángela M. Valentín.


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Ángela M. Valentín (Mayagüez, Puerto Rico) Estudió Filosofía y una maestría en Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez. Obtuvo su doctorado en Literatura de Puerto Rico y el Caribe del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Publicó los poemarios Ideas inconclusas (Victoria, 2010), Tacas (EDP Editorial, 2015) y el cuento infantil Las alas del abuelo (EDP Editorial, 2015). Tiene ensayos, cuentos y poemas publicados en distintas revistas y antologías literarias. Ha impartido cursos en la Universidad de Puerto Rico, Recintos de Mayagüez y Aguadilla, en la Universidad del Este y en la Universidad Interamericana, Recinto de San Germán. También colabora activamente en los comités graduados del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Ha sido coeditora de la revista Identidad (UPR Aguadilla), de la primera edición de la revista Inopia y de la antología literaria Cuentos para conservar la cordura (Colectivo Literario En los Bordes, 2015). Se ha destacado como violinista y corista de distintos artistas puertorriqueños. Su más reciente libro se titula Ars Mortis (Editorial EDP University).
Iris Mónica Vargas es poeta y físico. Su más reciente libro es El día en que dejamos la tierra (inédito). Ha publicado La última caricia (Terranova Editores, 2014), y El libro azul (Snow Fountain Press, 2018). Este último recibió un premio PEN Puerto Rico Internacional.
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Crédito de fotografía: Trenza—Shutterstock.