El misterio que completa el arte

Poesía y arte, de Marta Jazmín García

Ideas y poesía: segunda entrega. En conversación: Marta Jazmín García e Iris Mónica Vargas.

**Si deseas ser entrevistada/o en Ideas y poesía, envía un mensaje de correo a irismonicav@gmail.com. Pensemos juntas/os. El mundo necesita conversaciones.

Iris Mónica Vargas: Acerca del ejercicio de escribir, leí una vez una cita de Tolstoi donde decía: “Lo que usualmente dicen algunos es, <<Si no fumo, no puedo escribir. No puedo continuar. Comienzo y no sigo>>. ¿Qué significa eso? Significa que, o no tienes nada que escribir, o lo que desearías escribir no ha madurado en tu conciencia, sino que apenas comienza a presentarse, tenue, ante ti, y el crítico interno, de no estar adormecido por el tabaco, te lo ha de decir“. ¿Qué piensas tú de esto, Marta, del ejercicio de escribir, de sus obstáculos?

Marta Jazmín García: Cada escritor tiene sus propios fantasmas. Son necesarios, diría. Esa suerte de temor ante el silencio, ante no poder decir algo que ni siquiera se sabe; porque escribir es apostar a la invisibilidad todo el tiempo. Lo que no existe siempre esta ahí, delante de nosotros como la materialidad más densa. Se manifiesta es esa constante búsqueda. La contradicción está en pensar que es un obstáculo. En cuanto a la cita de Tolstoi, siento que no puedo juzgar la asignación de un valor que otorga cada artista a su proceso. En mi caso, soy abstemia y no fumo, pero sé que estoy dotada de psicotónicos naturales. Tengo mis rituales, como la necesidad del silencio, pensar en animales y salir a caminar. El artista asedia su creación como una danza. Es el miedo de no ver, enamorado del asombro. Así es que ocurre la poesía. Por eso la veo como a un minotauro: la mitad sale de mi humanidad, de aquello que escojo nombrar y la otra, de ese instinto creador que es de la tierra y que nunca llegamos a domesticar, aunque nos habite. Uno empieza a hacer las paces con ese pulso, con esa media atribución de lo que hacemos. Ese es el misterio que completa el arte. Luego, cada quien lo interpreta a su modo.

De Marta Jazmín García, poeta y artista puertorriqueña.

IMV: Es ubicua la idea de que aquello a lo que llamamos la “inspiración” llega como un rayo: súbitamente, con la intensidad y la furia del trueno que le antecede. (Sí: el trueno es lo primero, aun cuando le escuchemos más tarde.) Pocas veces he experimentado eso en mi trabajo. Casi siempre es un proceso mucho más complicado que toma mucho tiempo y una preparación cuidadosa. Los poemas ambulan como ideas huérfanas hasta que un día, finalmente, encuentran su huequito en el verso del poema mientras la imaginación, emocionada o serena, hace su trabajo en la calma del silencio. ¿Cómo vives tú esta experiencia de la inspiración?

MJG: Me encanta eso que dices del trueno y el rayo. Justo con esas imágenes organicé uno de mis libros. Puedo decir que he vivido ambas expresiones: la orfebrería planificada y la revelación. A veces, como bien dices, se combinan. No puedo precisar cuál es más frecuente. Solo sé que todo el tiempo pasa por mi cabeza la posibilidad de una atmósfera. Un poco me debato con la realidad para construir otro mundo. Pero no me es posible ubicar un solo detonante creativo. Por ejemplo, antes me daban mucho tema la tristeza y el desamor. Ahora me inspiran el optimismo, los vínculos fortalecidos, las certezas, la luminosidad, aunque no los experimente del todo. El mundo interior y el externo siempre cambian porque están vivos. La inspiración son los calambres de ese cuerpo creativo que ya somos y se sigue construyendo.

IMV: Eres pintora además de poeta. Y viene a mi mente una carta de Van Gogh que leí en un museo. En aquel momento, Van Gogh era muy joven y estudiaba para convertirse en clérigo, no en pintor. En la carta, el artista le escribía a su hermano en Holanda, contándole de un cielo muy lindo que recién había visto. Incluía un pequeño bosquejo, casi inconsecuente. Pero ese había sido el comienzo de la idea: sentir que debía, de algún modo, mostrar a otro la belleza de la que había sido testigo. ¿Qué ha de conducirte al ejercicio de colocar tus ideas no sólo sobre el papel sino también sobre el canvas? ¿Qué te brinda cada ejercicio?

MJG: Así como eso que cuentas de Van Gogh, uno anhela documentar la belleza y luego, compartirla. No siempre sabes cómo, solo sientes que está allí ese impulso. Debo decir que me cuesta un poco responder a esta pregunta porque no me considero alguien profesional en la pintura, aunque mi sueño es dedicarle el mismo espacio vital que le he designado a lo literario; tener un taller propio y crear en tamaños cada vez más grandes. De hecho, comencé en el arte visual antes que la escritura. Para mí, son expresiones diferentes. En la palabra tomas a alguien de la mano para cruzar el camino de un bosque. Mientras, la pintura es el bosque del que, poco a poco, sales con alguien de la mano. Son dos direcciones o perspectivas autónomas hacia un mismo fin expresivo. Te puedo decir que soy más libre con la palabra, eso sí, porque es la cercanía de un solo instrumento. Pero también en cierto que vivo la necesidad de ocupar un espacio más físico, de que otras herramientas me acompañen y adoptar nuevas dimensiones. No puedo afirmar que soy de un lugar o de otro. Siempre está el vértigo de poderlo hacer mejor o dedicarle más tiempo; de que al final, ningún formatome pertenezca. Con los años, intento no preocuparme. Para encontrar la paz en esa dialéctica de mi expresión me repito como un mantra: Llegué al mundo con las palabras que vine a decir y con las formas que vine a juntar. Poco a poco y a su manera, se irán manifestando.

De Marta Jazmín García, poeta y artista puertorriqueña.

IMV: ¿Cómo concibes tú la relación entre la orfebrería de un poema y su voz? Y cuando escribes, ¿cómo llegas a esa voz que habita el poema? ¿Sientes, como yo, tal vez, que cada trabajo, lleva sobre sus hombros, o en su bolsillo, una aspiración distinta? Para mí la voz cambia, y la aspiración del colectivo particular del que forma parte, también. Inclusive el “yo” que les coloca sobre el papel es uno distinto cada vez, o uno que sigue cambiando, evolucionando, e inclusive, a veces, puede llegar a no reconocerse a sí mismo. ¿Cómo es esto para ti, Marta?

MJG: Tienes razón cuando dices que la voz de un poema se transforma. Lo veo como un intercambio. Porque uno escribe y luego están los ojos de quien lee. También, una misma se va transformando. Llegan otras experiencias, nuevas preguntas y nuevas certezas. Todo es como una incesante conversación que ocurre, la mayoría de las veces, sin testigos. Es en principio una dualidad que luego sigue, como el fuego, devorando más voces: las que apaga y las que atiza. Nunca lo sabemos. Por ejemplo, el libro que escribí hace cinco años me habla desde otro lugar. A veces siento ganas de cambiarle algunas cosas, pero esa voz ya ni siquiera me escucha. Ha dicho lo que ha dicho y en esa severidad de habernos distanciado tengo que respetarla. Como dice la poeta española Ada Salas: “Las palabras que dije ya no/ me significan.” Yo le añadiría que a veces sí lo hacen. Nacemos incesantemente de nosotros mismos. Porque somos todo eso que fuimos, lo que somos y lo que llegaremos a ser. La voz de un artista es su movimiento.

 

IMV: Escuché una vez a la escritora Joyce Carol Oates decir algo así como que una no puede privarse, inhibirse, de decir todo lo que una tenga que decir por temor a no tener más que ofrecer, a quedar en silencio. Se refería al contexto de un trabajo en particular — un cuento, un poema. Decía que hay que darlo “todo” en el trabajo que uno esté haciendo en el momento, con la confianza plena en que ahí de donde viene todo esto, hay mucho más. Que es precisamente esa convicción la que es necesaria en el proceso. Tener esto presente ha tenido un gran impacto en mi trabajo. Pienso que desde que comencé a considerar lo anterior, he sentido mayor libertad. ¿Has tenido una experiencia similar? ¿Te ha preocupado alguna vez no tener más que decir?

MJG: Es curioso porque justo el miedo a no poder decir o a no tener algo que decir, es la condición del artista. Ese vacío siempre estará ahí para que sintamos el impulso de colmarlo. La vida nunca se agota. Aunque es verdad que siempre lo dudamos. Atravesamos temporadas de aparente inutilidad. Sin embargo, como ese quietismo que intentó apalabrar el místico Miguel de Molinos, existe otro lenguaje en el silencio y en la nada. Así mismo ocurre en el arte. El poema que no hemos escrito aguarda en el futuro, siempre nuevo, diferente. Si lo viéramos antes de tiempo no lo reconoceríamos. Le pasaríamos por el lado como a un extraño. Porque es una expresión que ocurrirá desde otro cuerpo. Nos sirve la experiencia del pasado para confiar en esa fertilidad. El día que no tengamos algo que decir será porque en realidad, habremos cumplido ya con nuestra cuota de signos vitales para regalar al mundo.

De Marta Jazmín García, poeta y artista puertorriqueña.

A continuación, un poema de la mente creadora de Marta Jazmín García.

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Marta Jazmín García es poeta y profesora. Su más reciente libro es El único refugio son los párpados (El taller blanco, 2020), una antología de su poesía, que recoge poemas inéditos e incluye obras de su anterior volumen Luz fugitiva (Ediciones Callejón, 2014).

Iris Mónica Vargas es poeta y físico. Su más reciente libro es El día en que dejamos la tierra (inédito). Ha publicado La última caricia (Terranova Editores, 2014), y El libro azul (Snow Fountain Press, 2018). Este último recibió un premio PEN Puerto Rico Internacional.

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