El mundo del lenguaje nos cobija

Ideas y poesía

Una conversación entre Mara Pastor e Iris Mónica Vargas

(Fotografía de portada: Iris Mónica Vargas)

Iris Mónica Vargas: Mara, estaba pensando en lo que para mí constituye la historia que contamos sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, que bien puede tomar forma a través del poema, el cuento, el ensayo, etc. Se me ocurre que la naturaleza, el corazón, de lo que estoy escribiendo o queriendo expresar, es algo así como el volumen del silencio que existe justo después de la experiencia que ha suscitado el ímpetu por contar. Me provocan curiosidad esa tensión en el acto de narrar y la medida de ese silencio, pero también, en especial, lo que nombro como identificarse con la historia que uno decide compartir.

A veces pienso que nos identificamos demasiado con nuestras propias historias. Tanto así, que las hacemos parte de nuestra identidad y podemos confundir nuestra interpretación del evento, eso que escribimos honestamente, como “todo lo que somos”. Entonces, esa acción o accidente de identificarse con lo que uno cuenta puede llegar a convertirse en una especie de prisión del ego. Con suerte, sin embargo, somos algo más profundo que esa historia que contamos, y ella solo un momento transitorio en nuestra vida, en nuestro crecimiento, en nuestra evolución como seres humanos, y/o como escritores. Está uno en movimiento constante, ¿no? En otras palabras, identificarse con la historia que se cuenta es, en cierto modo, algo bastante problemático porque tiene el potential de no dejarte seguir caminando.

En cierta ocasión escribí una crónica cuya veracidad alguien me cuestionó, y me sentí, en aquel momento, profundamente entristecida, y en cierta medida, enojada. ¿Por qué? me preguntaba entonces. ¿Habrá sido, simplemente, nuestro ego tratando de sobrevivir en el mundo? De ahí mi pregunta sobre qué es lo que hace una escritora o un escritor cuando cuenta una historia –una interrogante recurrente en mi búsqueda y en mis conversaciones. Y para mí, hilvanar una historia, en su esencia, es similar no importa el género. ¿Acaso escribir es un ejercicio que no solo se vale de “creer” en lo que se cuenta, o sentir que ello debe ser contado, sino en hacerlo con honestidad (lo cual implica incluir las contradicciones más importantes de la experiencia en el relato), sabiendo que no es garantizado ser leído, y entendiendo que no es garantizado tampoco que tu historia sea recibida por quien lee: es decir, un equilibrio entre arrogancia y humildad?

No creo que exista alguien que escriba desde un punto de vista que no sea específico. Creo que toda historia (poema, cuento, etc.) habla desde cierto lugar muy concreto, saturado de todas nuestras contradicciones —nuestra lucha por sobrevivir, nuestra búsqueda perpetua, nuestros miedos, y nuestra necesidad de ser útiles de algún modo. Es una interpretación, no obstante, como todo texto, de algo que ha sido real para uno, y que uno ha reinterpretado, dentro de todas las maneras que ha tenido a su disposición para hacerlo. Lo más que puede uno aspirar a hacer es escoger las contradicciones más importantes que ilustren la historia, que aún así seguirá siendo solo eso: una interpretación. ¿O no?

Mara Pastor: “¿Qué es lo que hago cuando cuento una historia a través de un poema?” Esta distinción es crucial. El cuento puede tener como objetivo simplemente entretener, mostrarte cómo un personaje logra o no lo que desea. El deseo del personaje es el núcleo del relato. En el poema, la dinámica es diferente. No necesariamente proporciono la secuencia completa o la respuesta a la pregunta de qué desea el hablante poético o cómo lo logra. En el poema, relato para comprender, para observarme, para sorprenderme o para encontrar algún tipo de consuelo.

En la búsqueda del efecto de honestidad, una honestidad que, aunque cuidadosamente pensada y elaborada, se perciba cruda y sencilla, pienso específicamente en Sharon Olds. Aprecio su dispocisión a incluir su vulnerabilidad, quizás a través de escenas en las que la voz lírica muestra su vergüenza o sus errores. En mi obra “Deuda Natal,” pienso en poemas como”Lectura en el agrocomedor,” “Poeta nacional” y “Conversación con mi traductora,” en los que la voz lírica también intenta mostrar su vulnerabilidad. En todos estos poemas, hay un deseo presente: que el poema sea apreciado, que el trabajo de la poeta sea valorado, que haya tiempo para escribir más poemas. No obstante, para mí, el corazón del poema no reside en cómo se logra lo deseado, sino en el acto mismo de desear. Creo que tengo otros poemas que exploran esta temática, como “Los albañiles” en “Las horas extra,” aunque en este caso también hay algo que, en mi opinión, armoniza con la crudeza, un gesto que se asemeja al llamado “gesto”en el teatro absurdo de Brecht. A veces, el poema busca sorprender, generar un misterio o proporcionar una tercera perspectiva, como cuando los estudiantes aplauden en “Lecciones” o la voz del múcaro en “Los albañiles.” Mi búsqueda se centra en que la historia que narro no se posicione desde una perspectiva directa, sino que sea anamórfica o que provenga de un ángulo que lo aleje de lo puramente anecdótico.

Fotografía: Iris Mónica Vargas (2024), Stethoscopes&Pencils

Iris Mónica Vargas: Me gusta muchísimo Sharon Olds, y aprendo algo similar de ella. Viene a mi mente también Mary Howe y su libro “What the Living Do” (Lo que hacen los vivos). Es un libro que me costó leer porque me produjo mucho dolor el hacerlo.

En mi caso, en mi primer libro (La última caricia), sobre el estudiante de medicina disectando el cuerpo de un donante, creo que fui vulnerable por accidente, porque la interrogante en la voz lírica era la fragilidad humana en sí misma, lo que pudiera ser su naturaleza. Es decir, la naturaleza humana, utilizándose a sí misma, para interrogar sus vulnerabilidades y examinar su fragilidad. No podía más que estar completamente abierta: la muerte andaba poniendo de rodillas a la vida, y yo observaba atenta lo que tenía que decirme. Era una especie de trance, por llamarlo de algún modo (y en contradicción a mis tendencias como resultado de mi formación científica).

En mi segunda obra (El libro azul), la prioridad de la voz lírica era descubrir lo que podía llegar a hacer en la poesía utilizando como motivación la pregunta de qué ha pensado nuestra voz humana, como colectivo, a través de la historia, sobre lo que es la consciencia, cómo es generado ese fenómeno que hasta el momento sólo adjudicamos (sea cierto o no) a la especie humana, y cómo lo reinterpreta el acto creativo de vivir, durante etapas distintas de nuestro ciclo de vida, o el diario vivir como acto creativo. En “Historia del espejo,” por ejemplo, la voz lírica acepta la posibilidad no solo de que esté siendo testigo de la “locura” sino de que ella misma pueda “estar en” o “coexistir con” la llamada “locura” — ese distanciamiento curioso entre un lenguaje temporal promedio y cualquiera otro que se sitúe en los extremos de la curva en forma de campana. Creo que la vulnerabilidad en ese libro (El libro azul) existe en la constante construcción y de-construcción de los argumentos sobre lo que somos, y cómo hemos de concebirnos a nosotros mismos sobre cimientos basados en ideas de las cuales aún sabemos, colectivamente, muy poco. Algo así como la vulnerabilidad subyacente en la profunda vergüenza del no saber. En el tercer libro (El día en que dejamos la tierra, Valparaiso Ediciones, Septiembre 2024), la voz lírica intenta deshacerse de lo que ya no puede cargar más, intentando comprender, sin embargo, tanto la herida como aquello que le propulsa a seguir adelante, y por qué, hacia dónde. Creo que en mi caso, ese es mi trabajo más directamente vulnerable hasta el momento, en cuanto a forma.

O sea que, pienso que el acto de vulnerabilidad en la escritura tiene diferentes gradaciones, ¿no? Tal vez, lo que me parece que tiene un impacto importante en esa forma de vulnerabilidad que uno decida emplear o despliegue, es el hecho de que, sin importar su naturaleza o como sea definido por otros, se siente personal el ejercicio, tanto así que pareciera volver a uno aún más vulnerable, si se pudiera. (Sontag decía que cada revelación debía contraponerse con un “auto-ocultamiento.” Y que escribir es un ejercicio en equilibrar ambas necesidades incompatibles, haciendo la salvedad de que el acto de escribir es mucho más complicado que la auto-revelación, y que la auto-revelación es quizás el aspecto más crudo del ejercicio.)

De todas formas, creo, el ejercicio de la vulnerabilidad en el acto de escribir puede hacerte sentir desprotegida, e inclusive, amenazada. En mi caso, y en el caso de muchos otros artistas y escritores, cuando no se tiene un laudo, o el apoyo de un grupo o el de una institución, ese sentido de vulnerabilidad tiene el potencial de tornarse en barrera porque revuelca los miedos y las dudas sobre tu valía como artista (inclusive como ser humano en su capacidad de sentir lo que siente específicamente), tu autoridad para llamarte artista, escritor, poeta. Por otro lado, y esto es lo que me repito en esos momentos de mayor duda, inseguridad o miedo: si de todos modos no tengo ese tipo de protección, ¿para qué permanecer quieta? No tengo nada que perder. ¿Por qué no simplemente, entonces, lanzarme y dejarme ir por el impulso creativo a donde sea que me lleve, y ser feliz en la aventura?

Mara Pastor: Si me preguntas a mí, te diría que te lances a la aventura. Dijo Sylvia Plath que el mayor enemigo de la creatividad es la duda. Ella usa “self-doubt”, que traduce mejor como la confianza en una mismo.Y muchas veces el reconocimiento en la poesía puede ser un arma de doble filo. Julia de Burgos lo plantea de manera elocuente en su poema “Yo misma fui mi ruta“. Puede variar según la subjetividad del poeta, porque el reconocimiento puede aumentar la vulnerabilidad o el temor a la recepción de lo escrito, así como influir en la obra de maneras diversas. Por lo tanto, considero que lo más sensato es no ver los certámenes como un medidor de calidad o aprobación. Son ejercicios, con elementos de azar y puertas que se abren, pero deben ser abordados con precaución, escepticismo y humildad.

También, me agrada ver estos reconocimientos como vehículos para dar visibilidad a las prácticas poéticas de aquellas figuras que influyeron en nuestro camino, pero cuyo homenaje quedó pendiente, parafraseando a Julia. Este poema responde de manera precisa a la segunda parte de tu reflexión. La voz poética y la intuición que la guía son una cosa, y la recepción del reconocimiento es otra. Julia parece sugerir que optó por ser fiel a su voz, y por eso no disfrutó del “homenaje”. Pero precisamente eso le otorgó universalidad y trascendencia a su poesía.

Además, mencionas “formas de protección” en referencia a un premio, un grupo o una institución, y me vienen a la mente unos versos de la poeta Elisa González en su poema “Failed Essay on Privilege”: “Even the good is regrettable, or at least sometimes/ should be regretted”. Con la escritura, se intenta aliviar el dolor, pero no siempre se logra. Incluso con todas esas formas mundanas de protección, seguimos desprotegidas. Estamos viviendo en tiempos en los que podemos cuestionar si será posible habitar este planeta dada la irreversibilidad del cambio climático y la violencia bélica de las grandes potencias. En este contexto, seguir escribiendo es la forma más efectiva de transformar mi dolor, el de existir, el de no poder hacer que lo bello perdure, que las personas que amo no sufran.

Fotografįa: Iris Mónica Vargas (2024), Stethoscopes&Pencils

Iris Mónica Vargas: Pues hablando sobre los cambios, pienso en el programa de inteligencia artificial llamado ChatGPT, desarrollado por un laboratorio en la ciudad de San Francisco, en California, que es capaz de generar textos muy sofisticados que a todas luces aparentan ser indistinguibles de los generados por un ser humano. Está alimentado por un modelo de lenguaje formado por data compuesta de textos sacados de muchas partes de la Internet, y utiliza análisis estadísticos para determinar patrones como, por ejemplo, la frecuencia con la cual ciertas palabras son seguidas por otras. Digamos, por ejemplo, la frecuencia con la cual la palabra submarino está seguida por la palabra amarillo en los textos a los que tiene acceso. El programa es capaz de producir poesía, cuentos, e inclusive poesía al estilo específico de cualquier escritor famoso del cual se haya nutrido la data. Mientras mayor el número de datos, menos probable ha sido para las personas que han leído los textos que produce, distinguir la creación artificial de aquella creada por alguien como nosotras. A mí esto no me sorprende mucho, pero las implicaciones sí me vuelan la cabeza por completo.

Dejando a un lado algo tan importante como el que somos nosotros, con nuestros prejuicios e injusticias unos hacia otros, los que nutrimos el programa con nuestras idiosincrasias menos justas, está también la posibilidad (¿la idea?) de que una “cosa”, una entidad no humana, que puede aprender según se nutra de más y más data acerca de cómo escribir una oración, será capaz de ejecutar el acto de contar una historia —una capacidad que siempre habíamos concebido como la máxima expresión de humanismo de nuestra naturaleza humana. Tal vez, inclusive, una historia impregnada de ternura, que pueda conmovernos. Sabemos lo posible que es enternecer a través del uso de la palabra, pero ¿será posible generar un sentimiento que jamás se ha conocido en el mundo real — el de los árboles y el viento, el del vuelo de las garzas y las gaviotas, el del humor y la risa – y sin un cuerpo?

Si tu mundo, como entidad no viva, no incluye experimentar sentimientos como el dolor de la carne y de los huesos, el de la enfermedad, la soledad, la calumnia, la crueldad, y el ostracismo, el terror de la guerra, via un cuerpo, entonces ¿cómo podrá ser capaz de generar una historia honesta que concierna a ese otro tipo de criatura humana con cuerpo frágil y siempre en peligro? Y si es capaz de ello, si es cierto que mientras más aprende “la máquina” menos posible se nos hace distinguirle de nosotros mismos, ¿existirá aún algo que le ofrezca ventaja a su contraparte humana? ¿O será, como intenté escribir en mí poema “A.I.”, el pionero de un nuevo lenguaje mediante el cual simplemente suceda el intercambio de unas significaciones por otras, sin necesidad de que medie un cuerpo y su experiencia inmediata?

Mara Pastor: Por alguna razón, siento que en “Una tirada de dados jamás abolirá el azar” de Mallarmé, poema que desafía la espacialidad del lenguaje poético en la página, ya estábamos anticipando, de manera inconsciente, la llegada de estos algoritmos. Siempre me ha fascinado cómo el lenguaje se estructura en nuestra mente a través de ecuaciones con variables. La conjugación de los verbos, la sustitución de sustantivos, son formas fundamentales en las cuales nuestro cerebro constantemente genera variantes de una misma ecuación para obtener nuevos resultados.

En la sección “Llámame Láctea” en Poemas para fomentar el turismo (2010), la voz poética es un personaje llamado Hikari que se dedica a crear programas con algoritmos para generar poemas. Tal vez, en el futuro, el trabajo de los poetas consistirá en identificar cuáles de los poemas creados por ChatGPT son los más bellos y explicar por qué lo son. El poeta Pedro Poitevin mantuvo una conversación con ChatGPT en forma de sonetos. Poitevin es matemático y se ha destacado por su habilidad en la creación de palíndromos. Quedó impresionado por la destreza verbal del ChatGPT. La rapidez con la que procesa la información es, sin duda, superior a la de nuestro cerebro, lo que sugiere que puede crear cosas sorprendentes. Es posible que un algoritmo pueda producir sonetos virtuosos y asombrosos, que incluso lleguen a conmovernos y deleitarnos. Sin embargo, creo que seguirá siendo responsabilidad nuestra identificar cuáles de estos poemas son los más conmovedores y hermosos.

Iris Mónica Vargas: [Aprieto el botón para cambiar de tema.] Siempre me ha interesado la pregunta de dónde se encuentra lo político en la escritura. Antes pensaba que solamente se encontraba en la defensa de un principio patriótico de justicia social. Sin embargo, desde hace un tiempo pienso que es posible que la llamada escritura política sea, sobre todo, acerca de la resistencia a favor de las contradicciones, de los matices entre los que uno vive su experiencia de vida específica. El escritor afroamericano Carl Phillips escribió que es un acto político en sí mismo el llevar una vida fiel a quien uno es, porque se encuentra uno, casi intrínsecamente, en constante resistencia a la sociedad alrededor, por el hecho, simplemente, de sus diferencias particulares con respecto al grupo.

Cuando era pequeña concebía a la gente que vivía fuera de Puerto Rico como si fuesen un ente extraño, completamente externo a mi grupo, a mi País, y ahora comprendo por qué ha de sentirse quién está “allá, afuera” como parte del grupo todavía. Lo que uno experimenta “allá, afuera” es una serie de contradicciones, de todo tipo, difíciles de reconciliar pero coexistentes. Eres puertorriqueña. Es decir, te identifican aún los recuerdos de cómo se ve el mundo desde la experiencia de crecer y respirar el aire de tu tierra, todo lo que te formó como individuo, pero ahora tienes, también, una experiencia diaria distinta que no se circumscribe a asuntos de clima o de trabajo en otra ubicación geográfica, y que aporta a —y modifica— tu anterior perspectiva del mundo.

Eres, simultáneamente, lo que recuerdas haber vivido mientras crecías en la Isla, y lo que experimentas ahora; el modo en que te pensabas a ti mismo, cómo habían de concebirte otros, y la manera en la que te concibes ahora; lo que necesitaste y lo que ya no necesitas; lo que padeciste y lo que no padeces ya, más todo eso de lo que padeces ahora. Es una suerte de superposición de estados de la memoria —o estados temporales— difíciles de desligar. (En eso se parece mucho a mi anterior definición de la locura.) Estoy consciente de que pueda sonar todo esto que trato de expresar como una cosa amorfa, una especie de abstracción. No obstante, creo que lo amorfo de mi intento se traduce en que es ahí, en el atrevimiento de simplemente habitar los mundos distintos e incompatibles que habitas, todo simultáneamente, la representación de lo político en nuestra escritura, seamos quienes seamos. ¿Qué piensas tú Mara?

Marta Pastor: Pensemos en ejemplos cotidianos, como los tableros de ajedrez o la disposición de los jugadores en un partido de béisbol. Estas estructuras geométricas nos revelan cómo los cuerpos se mueven y se relacionan, ya sea en tiempos de paz o de conflicto. La posición de los cuerpos en estas situaciones tiene un componente político innegable. Lo mismo puede decirse del lenguaje. Incluso el poema más lírico o hermético puede adquirir una dimensión política si logra poner de manifiesto lo que antes permanecía oculto, si comunica nuevas ideas o fomenta la creación de conocimiento de formas inéditas.

Jacques Ranciere sostiene que lo político radica en aquello que señala la parte de la sociedad que usualmente no tiene voz ni representación. Esta definición me ha servido de guía al considerar la pregunta de dónde reside lo político en la escritura. Lo político, en consecuencia, se manifiesta en cualquier expresión que despierte la reflexión sobre lo que ha permanecido oculto o subestimado, y que generalmente no se percibe de manera evidente.

La experimentación de Mallarmé, su desafío a la página en blanco, es lo político en su poesía. El barroquismo erótico de Lezama Lima también se inscribe en la política de la escritura. La subjetividad de Julia es un acto político en sí mismo. E incluso en el caso de Iris Mónica, su compromiso con el lenguaje poético en el ámbito de instituciones científicas que a menudo subestiman esta forma de producción de conocimiento también se puede considerar un gesto político. Siempre que una obra de escritura expone aquella parte que ha estado relegada o invisibilizada en un contexto específico, lo político surge a la luz.

Stethoscopes&Pencils: Mara Pastor, Lecciones

Iris Mónica Vargas: Hoy he estado leyendo tu libro Deuda Natal. ¿Sabes cuál poema me ha gustado mucho? Flora numérica. Me encantó el modo en que incorporaste los datos en tu poema.

Mara Pastor: Recuerdo el momento en que llegó ese poema. Era invierno en Michigan. Yo era estudiante de doctorado y estaba a punto de subirme a una guagua pública. Llevaba mi bicicleta. Estaba obsesionada con los nombres más populares a lo largo del siglo en los Estados Unidos. Esta aplicación generaba gráficas que mostraban las tendencias de los nombres a lo largo del tiempo. En aquel momento, tenía el reloj biológico activado y pasaba horas buscando nombres para hijos e hijas hipotéticos. Rosa era uno de los nombres que me intrigaban.

Mientras exploraba el nombre y sus variantes (Rosemary, Rosario, Rosana), me planteé una pregunta: ¿cómo hablar de la rosa sin caer en los clichés románticos asociados a ella? ¿Cómo politizar la rosa, que había sido tan desgastada por el discurso romántico? Fue en ese preciso instante, mientras subía al autobús, que pensé en Rosa Parks. El primer borrador del poema surgió mientras estaba sentada en ese autobús, de camino a casa. Es prácticamente idéntico al que se encuentra en el libro, con la diferencia de que, al no tener la aplicación a mano, utilicé variables en lugar de cifras concretas.

A menudo, al resignificar símbolos, los politizamos, ya que logramos resaltar aspectos que antes permanecían ocultos. Además, en este poema, se plantea una tensión significativa entre dos conceptos que me siguen obsesionando: la extinción y la maternidad.

Iris Mónica Vargas: Me gustó mucho esa historia. Se me ocurre contarte, entonces, una sobre extinción, o una de esas experiencias que se asemejan.

Mara, el lugar donde mi familia y yo vivimos actualmente constituye el cuarto espacio al que nos hemos mudado en un periodo de año y medio que incluye el tiempo de pandemia. En la ocasión más reciente, dejé un lugar que fue muy tierno conmigo y que me hizo sentir muy saludable. Dejé sus mariposas y su mar, sus leones marinos y sus focas. Dejé también todas las criaturas del aire que no conozco por nombre pero que, igual, me hicieron compañía; los árboles curiosos de ramas largas y gordas que parecen sacados de libros de cuentos; y sobre todo, dejé atrás a gente muy buena.

Durante mi última semana allí, decidí despedirme de cada una de las personas que vi repetidamente: el repartidor de cartas, las dos señoras que preparan donas deliciosas en una pequeña repostería, el muchacho que vende los sándwiches que adoro, y así. Cuando les vi o fui por última vez a sus tiendas les dije, por ejemplo: “Si usted notara que no regreso, no crea que ya no disfruto sus sándwiches. Es que me mudo a otra parte.” El muchacho que vende sándwiches me respondió: “No tienes idea de lo que significa para mí saber que alguien aprecia lo que hago. Muchas gracias.” Mis ojos y sus ojos se aguaron bastante al cruzarse, y yo sentí que conectábamos como lo hacen los viejos amigos, los hermanos. Se me ocurre que, tal vez, la razón es que nos permitimos un momento de vulnerabilidad él y yo. Me refiero a esa vulnerabilidad de cuando se permite uno estar y ser sin temor a la percepción externa, de cuando no se espera nada a cambio, y no se juzga; de cuando se sabe que se ha llegado al final de algo. El asunto es que ese “algo” es tan común y corriente, tan supuestamente insignificante como ir a una tienda e intercambiar bienes. Sin embargo, “algo” de ello no ha sido solo el intercambio de un “producto,” porque cómo es posible que pueda extrañar uno a otros seres humanos sin siquiera conocerles, a causa de una simple transacción.

Me atrevo a decir que de alguna manera entendimos, brevemente, humildemente incluso, la finalidad de las cosas. Hay mucho que cambia de configuración alrededor nuestro y nunca vuelve a ser lo mismo. La mayoría de los cambios son tan imperceptibles, sin embargo, que no notamos la ausencia de lo que solía estar. Creo que lo que representa esa experiencia para mí, tanto en la vida como en la escritura, son los experimentos que hacemos, buscando persistentemente compañía, camaradería en la vida, otros seres humanos con quienes compartir esa finalidad de las cosas, ese acto de morir y volver a empezar cada vez que cambiamos y cambian las cosas. Representa, también, el reconocimiento de que cuando cambia el universo pequeño que habitamos diariamente, y nos preparamos para enfrentar uno distinto, todo ello sí significa algo, o algo de ello puede tener valor, aunque sospechemos que nada lo tenga realmente, y estemos insistiendo, solamente, en que tenga continuidad la microvida que no parece tenerla. ¿Te ha ocurrido algo parecido?

Mara Pastor: Sí, me ha ocurrido algo muy similar. Recuerdo que cuando estaba en México, llegó el día de mi despedida y, de repente, en ese momento crucial, una voz interior me preguntó por qué me iba si allí era tan feliz. Experimenté una sensación de trascendencia, como si aún tuviera la oportunidad de dar marcha atrás. Al mismo tiempo, sentí un llamado visceral hacia Puerto Rico, y sobre todo, el deseo de estar cerca de mi madre. Fue un momento de profunda introspección y toma de decisiones.

Lo que mencionas sobre la importancia de tomar conciencia de la finalidad de las cosas, de nuestros intercambios y conexiones con quienes nos rodean, es extremadamente valioso. Observarnos, agradecernos mutuamente, y reconocer la belleza en lo cotidiano y en los intercambios con los demás son actos de profunda humanidad. Cuando comprendí cómo me sentía, aproveché al máximo cada minuto que me quedaba en México, un país en el que había sido feliz. Ahora, en un mundo cada vez más incierto, con la triste realidad de las atrocidades que la humanidad es capaz de cometer, la poesía se convierte en un medio para documentar nuestra humanidad, nuestra capacidad de anhelar la vida.

Con el tiempo y las mudanzas, he aprendido que los pequeños intercambios y las rutinas acumuladas, como la que mencionas con el vendedor de sándwiches, pueden formar la base de la felicidad. La poesía nos ayuda a despertar nuestra subjetividad, a prestar atención a los detalles que realmente importan. Hay algo trascendental en nuestra relación con lo divino que pasa por esta toma de conciencia, y me hace recordar la reflexión de Walt Whitman en su poema “When I Heard the Learn’d Astronomer.” Mientras el hablante escucha al astrónomo hablar de ecuaciones y diagramas, se da cuenta de que la verdadera belleza está en observar el universo y maravillarse ante lo pequeños que somos en comparación.

Fotografía: Iris Mónica Vargas (2024), Stethoscopes&Pencils

Iris Mónica Vargas: Me encanta ese poema. Whitman ha sido, en la sensibilidad de su obra, una figura importante, propulsora, en mi trabajo cómo escritora.

¿Cómo, o qué, sientes ser, Mara, cuando escribes el poema, o cuando le habitas? En mi caso, no comienzo entendiendo lo que soy dentro del poema, pero me siento como una especie de exploradora en un cuento de hadas, acercando mis labios a la rana para ver en qué se convierte. Eso en lo que se trasforma el material amorfo que entra al poema es el descubrimiento, y es muy pequeño casi siempre: una conciencia minúscula sobre algo. La sensación que genera en mí puede ser de satisfacción, pero también suele resultarme algo aterradora. Estoy intentando no censurarme cuando el descubrimiento me asusta.

En los mejores momentos, sin embargo, el sentimiento que genera en mí el nacimiento del poema, es el de estar más presente, más involucrada en el juego entre el instante y el lenguaje. Me resulta divertido, también, el acto de participar, de intentar algún “movimiento”, dibujar alguna imagen, trastocarle el orden a los objetos que suelen caminar juntos, o volverme la actriz que se transforma en insecto o en rosa y descubrir qué siente.

Ese momento de descubrimiento cuando se está en el vientre del poema se me parece mucho a cuando está uno en el hospital con la paciente, por ejemplo, que acaba de perder su criatura y declara que quiere que todos le abandonemos en el cuarto, que le dejemos sola, pero si tomas su mano y le sostienes muy fuerte, se deja sostener, porque entiende la compañía, o porque hay algo que sobrevive la palabra y no necesita decirse, o incluso contradice lo que es pronunciado.

Mara Pastor: Aprecio mucho tu descripción. El sentimiento de estar presente en el ahora, la sensación de goce a través del movimiento, la experiencia del “estar”. Estar inmersa en el poema es como adentrarse en un lugar del que emergemos transformadas. Siempre somos un poco diferentes después de habitar un poema, de entregarnos a él. Permitir que las palabras nos arrebaten es, para mí, una fuente de satisfacción similar a la que experimento cuando realizo ejercicios coreográficos como la yoga o bailo salsa. En ambos casos, nos dejamos envolver por una sensación, seguimos ciertas reglas, rompemos otras y nos comunicamos con el cuerpo.

En el poema, el mundo del lenguaje nos cobija, nos abraza y nos llena de la sensación que compensa la pérdida del cuerpo materno. El proceso poético nos permite explorar y nutrir nuestra esencia de una manera única, y al igual que en el acto de bailar, nos conecta con quienes somos.

Iris Mónica Vargas: Me encuentro leyendo un libro nuevo. No te diré de qué trata, porque lo importante es que lo leo y no sé todavía qué es lo que estoy leyendo. Llega a mi mente lo que dijo el escritor Carl Phillips: que su comunidad no es grupo de personas sino un grupo de libros. Cuando leo este libro misterioso al que me refiero, pienso en cuán maravilloso es dejarse llevar por una voz desconocida, merodear confundida entre las voces mientras retratan ciudades y gente que no son familiares. Me recuerda la ocasión cuando estuve en la ciudad de Budapest, y me perdí, desconociendo el idioma, intentando comunicarme tan sólo mediante gestos e intuición. Me recuerda también lo maravillosa que es la imaginación. La peculiaridad de la voz en ese libro me hace sentir acompañada del misterio de nuevo, y otra vez soy feliz. Yo sé que tú lo entiendes.

Mara Pastor: Claro, y según sigas leyendo ese libro, dejará de ser un universo confuso y lejano y se tornará un lugar conocido, que te hablará en signos que ya comprenderás después de un rato y esa sensación de entender un universo imaginado por otras mentes es, como dices, una maravilla. Ahora estoy leyendo Palestina en pedazos de Lina Meruane. Es una memoria de su relación con su herencia palestina siendo hija de la primera ola de inmigrantes palestinos que se instaló en Chile. Es un libro maravilloso en ese sentido en el que hablas porque incluso te incluye fragmentos en árabe que más adelante te enseña, con la misma lectura, a descifrar.

 

Iris Mónica Vargas: Muchas gracias, Mara, por acompañarme un ratito en el Café imaginario de Ideas y poesía. Agradezco tu tiempo y tu solidaridad. Lo disfruté mucho.

Stethoscopes&Pencils: Mara Pastor, La piedra sobre la que vivo.
Stethoscopes&Pencils: Mara Pastor, Falsa heladería

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