Ideas y Poesía
Una conversación entre Sylvia Figueroa e Iris Mónica Vargas.

Iris Mónica Vargas: Hace aproximadamente tres años que empezamos a conversar y a construir esta entrevista. Mucho ha transcurrido en la vida de ambas. Cuando comencé esta serie de conversaciones vivía frente al Océano Pacífico. Ahora vivo en una ciudad lejos del mar y del océano, y ya casi termino mis estudios de medicina, los cuales puedo decir, con toda seguridad, terminaré antes de mis ochenta años. (Sonrisa traviesa.) He podido atestiguar el cambio de gobernantes y lo que pareciera el resurgimiento de una crueldad transparente y sin complejos en ciertos sectores de la sociedad. También he notado el modo en que la empatía continúa siendo una fuerza a tener en cuenta en asuntos tan sencillos como nuestras actividades cotidianas en comunidad, y el efecto tan poderoso que podemos tener unos sobre otros cuando nos permitimos acercarnos y compartir experiencias, cuando logramos vencer ese terror omnipresente de simplemente atrevernos a hablarnos unos a otros.
En un momento de este año, por ejemplo, me encontraba en el estado de Florida, EEUU. Iba todos los días (por favor no me juzgues) al servi-carro del Burger King a comprar un emparedado de pollo. Me atendía siempre la misma mujer. En algún momento noté los aretes (pantallas) en forma de arcoíris que ella utilizaba. Llamó mi atención la manera en que reflejaban tan bondadosamente la luz del sol. Cierto día no los tenía puestos y se lo mencioné. Me pareció que le alegró dar cuenta de que la había recordado, o de que, de alguna manera muy sencilla, nos recordábamos, nos reconocíamos, una a la otra.
El asunto es que, sin importar cómo cambie el entorno exterior, sigo descubriendo la vida más maravillosa en esas diminutas conversaciones al parecer tan simples con otros seres humanos. Son esas interacciones, todas nuestras misteriosas y pequeñas existencias, las que me llenan los días de ternura. Me recuerda algo que leí recientemente. En su ensayo de 1931, titulado What I Believe, Einstein dijo, “Lo más hermoso que podemos experimentar es lo misterioso. Es la emoción fundamental que se encuentra en la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia.”
Sylvia Figueroa: Nuestras vidas no podrían ser más distintas y, sin embargo, hay algunos paralelismos entre ellas; además de la poesía, claro. ¡Qué mucho cambiamos en estos años!
Cuando empezamos a hablar, conversamos sobre nuestras mudanzas y despedidas en tiempos de pandemia. Llevaba seis años residiendo en otro país; la pandemia me trajo de vuelta a la Isla. Fue caótico el regreso: en tres años me mudé siete veces.
Hace poco logré estacionar mi vida en un espacio que cuido. A los insectos que entran, los ayudo a salir. Las plantas crecen, hemos hecho un pacto: que ellas sigan el curso de su vida, atrayendo abejas, mariposas y libélulas; y yo limite mi intervención a otras zonas del patio. Es un espacio más de convivencia.
Ser amables en nuestras interacciones diarias es una forma de resistir las crueldades que hay en el mundo. Es también una manera de honrar la presencia y acción de otros seres, de quienes depende, en gran parte, nuestro bienestar. Y eso exige, como mínimo, nuestro agradecimiento consciente. Es una aspiración vivir así, plenamente presente en cada momento. Intento recordarlo cada día.
¡Gracias por el diálogo!

IMV: El escritor Jiddu Krishnamurti dijo una vez que cuando le enseñas a un niño el nombre del pajarito que está mirando, el pajarito –su esencia– desaparece. Es decir, a veces la etiqueta del objeto es capaz de separarte del objeto mismo porque ha de erigir, como por arte de magia, una suerte de puente que satisface una curiosidad mínima inicial. Como si facilitando el acceso a cierta información sobre el objeto hiciera innecesario el esfuerzo. Sin embargo, es el esfuerzo lo que produce esa conexión o enlace más profundo con la criatura observada.
En una de sus conferencias, el escritor Echart Tolle hace alusión a ese reemplazo. Lamenta que la etiqueta, el nombre del pajarito, reduzca a concepto el ánima alegre dentro de esa forma alada de huesos y de carne. Tal vez sea esto una tendencia normal del comportamiento humano para familiarizarse más rápidamente con el ambiente alrededor. Es posible que necesitemos de esas aproximaciones para sobrevivir. Quizás requiera entrenamiento consciente no abandonar al pajarito, no reemplazarlo por su concepto. El riesgo de abandonarle es muy grande: anclarte en la superficie de las cosas, privarte de la belleza de la espesura. Desde esa perspectiva el conocimiento conceptual puede llegar a ser desconocimiento y escasez. Algunas personas llevan esto al extremo, claro, descartando por completo la información y su gran utilidad. Lo que me resulta interesante es la idea de que el conocimiento conceptual no necesariamente te acerque al descubrimiento, sobre todo en lo que aplica al arte, al ejercicio de la escritura, de contar una historia ficticia o real, cuento o poema. ¿Qué piensas?
SF: Hay una distinción entre saber y conocer. Es una diferencia que no está presente en todas las lenguas. Sabemos desde la superficialidad o la apariencia de las cosas porque en ella vivimos, y confundimos saber con conocimiento. A veces queremos explicar quién es una persona sabiendo solo su nombre y algunas circunstancias que dan carácter a su vida, pero esa información es aparente, y es probable que ni siquiera sea cierta. Cuando esa persona escucha lo que se dice de ella, no se siente representada. Podemos saber el nombre de las personas, de las cosas y algunas circunstancias que rodean su particular existencia, pero conocer es más profundo. El conocimiento conlleva una intimidad con los seres y las cosas; implica tiempo, es la huella minuciosa de una relación siempre cambiante, inabarcable, en evolución permanente. Es mirar con aprecio, sin juzgar lo que nos gusta o no nos gusta de lo que observamos, porque forma parte de su modo de ser.
Krishnamurti nos invita a enfrentar lo que se nos presenta en la vida como si lo hiciéramos por primera vez, sin interferencias, porque cada ser es un mundo. Así se libera la creatividad. Y claro, ¿qué es la observación sino la posibilidad de abrir puertas a nuevos sentidos y entendimientos sobre el mundo que nos rodea? Darnos la oportunidad de mirar cara a cara, con los sentidos presentes, implica cultivar una actitud nueva: salir del automatismo, mantener una disposición abierta a cuestionar nuestros prejuicios. Eso es entrar en un estado creativo donde además el “yo” o lo “mío” —la experiencia, la memoria— están ausentes. La percepción se profundiza cuando no seguimos un sendero particular. Así será más fácil llegar a una impresión auténtica. Suena sencillo, pero requiere un esfuerzo consciente.

IMV: Estaba pensando que tal vez esos periodos de tiempo cuando uno siente no poder producir palabra alguna, sean simplemente resultado de algún cambio en curso. Yo no sé cómo es esto para otros pero para mí, mientras estoy experimentando algún proceso por primera vez, no soy capaz de escribir al respecto porque me están sorprendiendo aún los días y siento que debo sentirlos primero antes de interpretarlos. O tal vez, estoy transitoriamente atrapada en los sentimientos del momento. Es decir, aún no tengo la distancia necesaria ni para convertirme, ni para convertirlos, en personajes de una historia. O tal vez esa herida aún no ha coincidido con el silencio transitando paralelo a ella, aun no tiene la energía para estallar en lo que sea que forma el poema. Hay un momento cuando todavía no sabes cómo contar o contarte. ¿Cómo es esto para ti?
SF: Suele ocurrirme algo parecido. Las mudanzas consumen gran cantidad de energía. Cuando llegamos a un nuevo lugar, el corazón tarda en situar las coordenadas que necesita para seguir creando. Hay personas que viven más enfocadas que otras en sus proyectos, menos determinadas por las circunstancias. Frente a los cambios, hay que encontrar la manera de volver hacia una misma, a un espacio que permita recibir ideas, aceptando que el trabajo creativo es lento (al menos en mi caso). Soy de escoger la madera y acomodar la leña para cocinar, para que el fuego sea consistente y duradero.

IMV: Escribí este segmento cuando me encontraba realizando prácticas clínicas en el área de obstetricia y ginecología. Te cuento que cierto día sentí como si recién me estuviera dando cuenta de que no había internalizado por completo ese aspecto de mí misma que concierne a mi forma, esa forma física que todos tenemos. Fue como si hubiese estado huyendo de ese aspecto físico de mi existencia durante años, sometiéndole al ultimátum de que fuera como “debía” (como otros decían tenía que ser) o la ignoraba por completo.
Me sorprende la profunda calma que me ha provocado saber que tengo tanto en común con otras mujeres. También, irónicamente, a mí, que siento tanta empatía por todos los posibles géneros identitarios que nos acompañan en el planeta, me ha sorprendido grandemente que haya tanto de este fenotipo particular, de este físico que ha estructurado mi identidad externa.
La experiencia de uno en el mundo, como parte del mundo físico está influenciada de gran manera por ese fenotipo. Los seres humanos somos, en gran medida, criaturas visuales y desarrollamos estereotipos y prejuicios a partir de lo que absorbemos visualmente. El caso es que en muchas ocasiones ese fenotipo, esa interfase (para usar vocabulario del mundo de las computadoras, como hacemos tanto en la actualidad) de piel produce identidades que confligen, en muchas ocasiones, con las sutilezas en las identidades interiores de cada uno. Determinan el tipo de experiencia que tiene uno en la vida diaria -quién te discrimina, quién piensa uno es un “criminal”, quién piensa que uno “merece.” Y puede llegar a sentirse como si estuviera uno en tensión con el mundo entero por lograr ser, o ser vista/recibida como, la persona que sientes que eres.
Esto puede sonar extraño pero yo siempre me he concebido, especialmente cuando me encuentro en pleno ejercicio del pensamiento, como un ser humano simplemente, sin atributos de lado/bando/género alguno. Entonces por eso ha resultado interesante verme reflejada en otros cuerpos, y tener que reconocerme de pronto en la parte física/externa de mí que otros identifican.
SF: Debe ser impresionante y emotivo realizar prácticas en esa especialidad. Observar el cuerpo de una mujer, asistir en el nacimiento de una criatura da la posibilidad de verse desde otro lugar, ejerciendo una de las labores que más vulnerables nos han hecho sentir desde siempre.
Este comentario me hizo pensar en esas cosas que damos por sentadas, que es muy diferente descubrirlas, y que siempre es refrescante.
Algo que me impactó mucho durante mi primer embarazo fue saber que hay una etapa en nuestro desarrollo en la que la genitalia es indistinguible. Luego aparecen estructuras precursoras muy parecidas en ambos géneros, y en cuestión de semanas comienza la diferenciación. Es alucinante la manera en que los cuerpos van tomando forma.
IMV: En Los Ángeles, en el momento cuando escribo esta fragmento de nuestra conversación, muchos habitantes tienen una aplicación en sus móviles que les avisa cuándo empezar a recoger su mochila o maleta e irse, debido a la posibilidad de fuego. Cuando era niña, mantenía debajo de mi cama una mochila con una muda de ropa para cada miembro de mi familia (así de ansiosa he sido siempre), y latas de comida. La guardaba en caso de que tuviéramos que abandonar precipitadamente la casa. Temía, en particular, que el volcán de mi imaginación —en Puerto Rico— hiciera erupción.
Imagina recibir esa alarma en tu teléfono. O imagina no alcanzar a recibirla porque quien presione el botón rojo jamás lo habría anunciado. De cualquier modo, imagina el último momento en que aparece intacto tu alrededor, tu vecindario, tu hogar, tu familia. Yo sé que uno no puede vivir imaginando sin tregua estos escenarios fatídicos porque fácilmente llegaría a enloquecer. Sin embargo, a veces pareciera como si fuese este ejercicio de imaginación lo único con el potencial de re-conectarnos unos a otros en el mundo, de re-conocernos como lo que somos: criaturas diversas que cohabitan un planeta – una redundancia gramatical que enfatiza esa coexistencia entre nosotros y con otras especies.
SF: Entre enero y febrero tuve la oportunidad de conversar con personas que llegaron a la Isla huyendo del fuego que se produjo en Los Ángeles. Ese incendio coincidió, lamentablemente, con otro desatado en el sur del continente, en Argentina. Fueron desastres que destruyeron la flora, la fauna, la vida de toda una comunidad, dejaron edificios y viviendas en ruinas, y arrasaron con toda la interrelación viviente de un ecosistema reducido a cenizas (tóxicas para el ambiente y las personas). Quiero pensar que las catástrofes nos vuelven más creativos, que nos impulsan a encontrar soluciones en conjunto a favor de la regeneración del ecosistema.
Pero tu pregunta va por otro lado.
Tengo desactivadas las alarmas en mi celular. Suelo observar el comportamiento de los perros y confío en su olfato para advertir cualquier anomalía. En una emergencia real, prefiero pensar que pelearía por mi vida y la de mis seres queridos, que asistiría, en la medida de lo posible, a mis vecinos humanos y animales; y que luego colaboraría en la logística de retornar a la normalidad.
IMV: Sylvia, por último, quisiera dejar de manifiesto sobre papel la gran admiración y respeto que siento por ti, no solo por tu calidad de ser humano sino por la grandísima bondad en tu poesía, porque al leerte siento siempre que las palabras pueden contener verdad y paz al mismo tiempo, pueden elevarse, volar. Y quisiera hacerte un pequeño pedido. Sé que tocas el violín. Entonces, por favor, enséñanos a tocar el violín con palabras. O, toca algo al violín para nosotros.
SF: Gracias, Iris Mónica, por la invitación a conversar y por esperar pacientemente mi respuesta. Bueno…. y ahora: ¡voy a buscar el violín!
Antes de tocar, hay que afinar el instrumento. Pero previo a eso, hay que entrenar el oído.
El violín es un instrumento sencillo: tiene cuatro cuerdas sin trastes, lo que hace que la función del oído sea imprescindible para tocarlo.
¿Y cómo se afina el violín?
Hay que generar fricción entre el arco y las cuerdas para que ocurra. Un arco con suficiente tensión y resina hará vibrar las cuerdas; mientras, deberás ajustar las clavijas hasta alcanzar el tono correcto de las cuatro cuerdas: Sol, Re, La y Mi. La afinación empieza con la segunda cuerda: La; después afinas Mi —la primera y más aguda— tocando La y Mi al mismo tiempo. La onda creada por la resonancia armónica de dos cuerdas que se tocan juntas produce una sensación única en el cuerpo. No conozco nada equiparable a esa onda vibratoria con la que sintonizamos al momento de la afinación (estar en frecuencia o en sintonía no son metáforas, sino instancias armónicas sanadoras para el cuerpo y la mente).
Ahora que sabes cómo se afina el violín, podrás buscarlo con las manos, abrazarlo con el mentón y… tocar. Sonará horrible, y con algo de vergüenza vas a querer silenciarlo; pero habrá que persistir hasta que el sonido salga limpio, tan limpio como el gorjeo de un pájaro.
La delgada madera de las tapas del violín crea una caja de resonancia sencilla y poderosa. Solo con eso y el arco llegas directo al corazón de una persona, que no podrá hacer otra cosa que escuchar o sentir la música; deteniendo sus pensamientos al menos por unos segundos… hasta que decida salir del hechizo.
Enseñar a tocar el violín con palabras es fácil, pero tocar bien es un desafío. No he alcanzado un gran nivel de maestría, pero me defiendo; últimamente improviso melodías simples para acompañar otros instrumentos. Es un gran ejercicio. Con un instrumento en mano siempre hay algo interesante por descubrir. Creo que tocamos música para liberar al pájaro enjaulado que llevamos dentro.

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Sylvia Figueroa es escritora, editora y traductora. Completó estudios graduados en literatura latinoamericana en Emory University. Publicó los libros de poesía [pAra mirar de cErca] (San Juan, Puerto Rico: Fragmento Imán, 2007), Carne prensada (México: Ediciones El billar de Lucrecia, 2009), y En este lugar se respira (San Juan, Puerto Rico: Folium, 2020). Sus poemas han sido publicados en las antologías El decir y el vértigo. Panorama de la poesía hispanoamericana reciente, 1965-1979 (México: Editorial Filo de Caballos, 2005), Red de voces: poesía contemporánea puertorriqueña (Cuba:Casa de las Américas, 2011), Cuerpo del poema (San Juan, P.R.:ICP, 2017) e Isla escrita. Antología de la poesía de Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana (Madrid: Amagord, 2018).
Más del trabajo de Sylvia: En este lugar se respira, Poemas de Sylvia Figueroa, Libros y sus autores, Nueva crónica cotidiana, Diario de Cuba: Sylvia Figueroa.
Escucha a Sylvia recitar su poesía Aquí.
Iris Mónica Vargas es física y escritora. Ha sido traductora, escritora de divulgación científica e intérprete médico. Completó estudios graduados en física en la Universidad de Puerto Rico, y estudios graduados de escritura científica en el Massachusetts Institute of Technology. Realizó investigaciones de astrofísica en el Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics. Actualmente completa su doctorado en medicina. Publicó los libros La última caricia (Puerto Rico: Editorial Terranova, 2014), El libro azul (Estados Unidos: Snow Fountain Press, 2018– por el cual recibió un premio PEN Puerto Rico Internacional — m.h.), y El día en que dejamos la tierra (España: Valparaíso Ediciones, 2025). Su trabajo ha sido publicado en múltiples antologías entre las que figuran Bioversa: Antología de poesía científica puertorriqueña (Puerto Rico: Gnomo Editorial), Poetas Siglo XX1: Antología de poesía, Antología Mundial de Poesía y Narrativa (Lord Byron: Madrid, España), Antología del Ala (Radio Universidad, Universidad de Puerto Rico), y revistas literarias que incluyen El Golem (Valencia, España), Latin American Literature Today (Estados Unidos), Sibila (España), Revista Aullido (España), Letralia (Venezuela), Periódico de Poesía (México), Círculo de poesía (México), Casa Bukowski (Chile), Revista Kametsa (Perú), entre otros.