Los espejos oscuros, y el tiempo —que es benévolo

Ideas y poesía

Una conversación entre Mairym Cruz Bernal e Iris Mónica Vargas.

Foto de portada: Óleo sobre madera. ca. 1890, Francisco Oller

Iris Mónica Vargas: Una de las sorpresas más grandes del proceso de crecer, de dejar de ser niña y convertirme en persona más madura, ha sido el darme cuenta de que siempre habrá muchas cosas que uno desea hacer, y que las inseguridades no necesariamente desaparecen con la edad. Que atreverse a ser vulnerable es siempre difícil, en especial por estar dentro de una sociedad o entornos que sostienen muy fuertemente convenciones sobre qué debes haber hecho a esta edad y a aquella, e incluso cómo debes verte o vestirte o peinarte, cómo debes hablar, o de qué debes quejarte. Cualquier variación o desviación de ese orden pre-convenido te hace rara o raro. E inventar tu propia cajita requiere valentía.

Mairym Cruz Bernal: Cuando fui creciendo y comencé la universidad en EE. UU. a los 16 años, ya no me preocupaba nadie, ni cómo nadie pensaba, ni pensaba sobre lo que pudieran pensar las otras personas. Nunca estuvo en mi cabeza buscar la aprobación de mi entorno, sobretodo cuando mi entorno iba cambiando muy rápidamente. Para mí, educarme, conocer, leer y luego me descubrí escribiendo fueron los ejercicios mas contundentes de los que me encargaba. También vino la música. Estudié y viví en la ciudad de Nueva Orleans, cuna del Jazz, y disfruté conocer esa música originaria de la población negra. Vi tocar Jazz en los funerales, orquestas enteras caminando y tocando por las calles de la ciudad en profundo sufrimiento por la perdida. El Jazz es la música que llora y a mí me gustaba mucho escucharla. Si soy y fui rara, si soy y fui alguien que rompió esquemas y transgredió, no me importo jamás, no me importa hoy, ni estuve ni siquiera pendiente del mundo del afuera, de cómo me ven los otros, mis pares, mis hermanos. Creo que no me equivoco si te digo que siempre he sido libre, incluso libre para equivocarme y admitir mis más dulces equivocaciones.

Iris Mónica Vargas: Qué bien está eso. Confieso que soy, algo así como, intermitentemente libre. Tal vez sea resultado del modo en que interaccionamos en este momento de la historia, pero me parece que durante los periodos cuando mayor contacto sostengo con el mundo, específicamente vía las redes digitales, más confundida o menos clara me siento, o quizás más en tensión, o más incómoda, temporeramente, con mis contradicciones. Y lo mismo creo identificar en muchos otros y otras. Esas interacciones, que parecen ocurrir en dualidades gran parte del tiempo, parecen exhacerbar los complejos, las envidias, las iras y las inseguridades hasta en las personas más centradas e interesantes. Intuyo que tenga que ver con lo dramaticamente categórico de estas interacciones, que no parecen dejar espacio para las contradicciones que caraterizan la vida de toda persona. Y son las contradicciones lo que abre espacio a la introspección, ¿no?

Manuel Jordán. Vista de Cangrejos, sin fecha. Óleo sobre lienzo. Colección Familia Caso Latimer./ Ideas y poesía, Stethoscopes & Pencils

Mi madre lleva en su rostro una mancha roja. Recuerdo que cuando era pequeñita, le preguntaba qué era eso que tenía en su cara. Insistí varias veces, y luego abandoné el intento. Comprendí que nada importaba la respuesta, ni la pregunta. Y no sé cuándo ocurrió, pero llegué a poder imaginarla sin la mancha, o será que pude verla como es. Recuerdo también a otra gente mirándola como si fuera extraña. Y todavía. Mis sobrinas, cuando eran niñas aún, se pintaban el mismo lado de sus caras con un lápiz labial rojo, simulando que ellas también llevaban aquella mancha color carmín. Uno de mis niños llegó a preguntarme alguna vez de qué se trataba aquella mancha en el rostro de su Abuelita. Quedó satisfecho con que era una marca de nacimiento, que él imaginaba le había sido estampada a su abuelita, en el hospital, al nacer, tal que pudiera servirle a su bisabuela para identificar a su bebé entre todos los demás. Y ahora podía servirle a él para identificarle entre todas las abuelitas del mundo.

Cuando tenía dieciseis años, era vecina de una niña mayor que yo, que llevaba su mano derecha siempre dentro de su bolsillo. Y es que por mano, tenía solo un puño y nada más. Nada más se había formado distalmente en su extremidad dentro del vientre de su madre. La niña vivía avergonzada de ello. Sin embargo, cada vez que la veía pasar, yo solo admiraba lo hermosa que era su cara, y cuán triste era que ella tan solo pudiera pensar en su mano diferente.

Mairym Cruz Bernal: No es una mancha, es un lunar. Y es hermoso porque es único. La gente podrá mirarlo, pero solo tú puedes poner tu mejilla en esa mejilla y sentir la tibieza del lunar de mamá. Todos tenemos lunares distintivos. Algunos son experiencias que dejan su huella en nuestra mente. Otros, pueden ir aflorando con la vida y el paso del tiempo. Lunares profundos, lunares superficiales, lunares para besar, lunares para maquillar y cubrir. Tengo una amiga muy querida que tiene un inmenso lunar en su mejilla. Ella tuvo tres hijas. ¿Serás una de ellas? No conocí niña más dulce que esta niña. Su madre era mi mejor amiga, mi hermana. Vanessa murió a destiempo. Nunca me recuperé de esa muerte. A veces encuentro notas que me dejaba en un libro, o detrás de algún cuadro que me regaló. Tocaba el piano. Fue madrina de mi hijo quien también toca el piano. Vanessa quiere decir mariposa. Pensemos que una mariposa se posa en la mejilla de la madre y que ese lunar es bendecido por personas muy especiales que vienen a este planeta a amarnos. No es una mancha, es solo un lunar.

Cada cual tiene un ladito que no es del todo amado por nosotros. Cada cual solo aumenta su imperfección. Qué palabra tan torpe acabo de escribir. Imperfección es un juicio y no es exactamente lo que quiero comunicar. Su puñito dentro del bolsillo, oculta, pero solo por poco tiempo. Ella tendrá que aceptarse, y desarrollar mayores destrezas con la mano igual a la del mundo. Siempre podemos sobreponernos a estas características que nos hacen distintos y especiales. Pero es precisamente ese sentirse distinto lo que crea y o magnifica el complejo, el trauma, esta maldita cosa de prestar atención a lo que los otros piensen de mí. Tenemos que liberarnos del ojo del otro. Ser cada cual con su propio puño fuera del bolsillo. Atrevernos. Es por eso tan importante amar, amarnos, dejarnos amar. Creo que este es el trabajo por hacer por el resto de la vida.

Esta manera de volar en globo, Mairym Cruz Bernal, en Ideas y poesía, Stethoscopes&Pencils (2024)

Iris Mónica Vargas: ¿Crees que el ímpetu de la creatividad sea casi siempre ese deseo de negociar con lo que no se puede cambiar, con el espejo que te mira y te dice que no eres? Siempre he quedado pensando en lo opresivo que es no poder vivir en el mundo así como uno es, sea por criterio de otros, o por criterio propio. Me acuerdo cuando me resultaba más difícil a mí también vivir tal y como soy. Un día, después de salir de la escuela, llegué a casa a mirarme en el espejo. Tendría entonces unos ocho o nueve años de edad. Desde aquel espejo me miraba una niña que yo consideraba muy fea, con un pelo que yo juzgaba muy difícil y que quise arrancar de mi cabeza de una vez y por todas en aquel momento mientras gritaba a todo pulmón que lo odiaba, y me odiaba. A mi mamá no se le ocurrió más que preguntarme si me había vuelto loca. Y yo, lo único que podía contestarle era: “Me odio. Y no quiero ser así.” Todo esto lo decía gritando. Y es que aquel día ya no pude resistir seguir escuchando a las empleadas del comedor escolar repetir como el cabello de aquella niña sí era bonito, como aquella niña sí que era bonita. Recuerdo que sentía envidia de aquella niña. Y más que nada, sentía tristeza por no ser lo que, al parecer, debía una ser. Todavía no tenía la capacidad de extender hacia mí misma algún tipo de ternura. Aún no me había mirado al espejo para decirme “Gracias.” Ni había reconocido el hecho de que lo que hacían aquellas empleadas de comedor era transmitirme su rechazo hacia sí mismas también, porque ellas y yo éramos del mismo color, la textura de nuestro cabello era similar. No éramos como aquella niña. De todas formas, cuando al fin se apiadó de mí la calma, no fue con la mano de la ternura sino con el peso del cansancio ante el descubrimiento consciente de que no era posible nacer de nuevo diferente. Había que aprender a ser como se es, y ya: ser, siendo creativo. No sabía cómo exactamente, pero algo se me ocurriría.

Mairym Cruz Bernal: Qué mal nos hacen los espejos oscuros. Y qué benévolo es el tiempo, un mejor espejo donde mirarnos. No es el ojo del otro el que es importante, es mi ojo, es la mirada con que me miro yo a mí misma. Por qué elegiste prestar más atención a las trabajadoras del comedor escolar, que a tu propia madre que de seguro resaltaba tu belleza y te amaba como a nadie. Somos crueles con nosotras mismas. Muy crueles. Somos nuestro propio juicio y boicot. Por qué elijo creerme tal o cual concepción de belleza. No entiendo lo que nos hacemos los seres humanos, este triturarnos la conciencia. Suerte el tiempo que pasa y nos da grandes lecciones. Ya hoy eres otra persona. ¿A quién encuentras en el espejo? ¿Todavía ves a la niña que se odia, o por fin ves la belleza que tienes donde eres única en la existencia?Permite que otros te amen. O te estás juzgando con los ojos del mundo y no los tuyos propios, o los de un ser amado. Cómo nos seguimos haciendo daño. Necesitamos ser más generosas con nosotras mismas, con nuestras hijas, con nuestras amigas, con aquellos árboles en el otoño de los que hablábamos. Necesitamos cambiar a la humanidad. Tapar todos los espejos y convertirnos nosotras mismas en el espejo que refleje amor y aceptación.

El ímpetu de la creatividad cambia los espejos, los voltea, los cubre, los escupe, los pinta, los inventa de otras figuras geométricas, y en la creatividad, todo se puede cambiar.

Naturaleza muerta con plátanos verdes, ca. 1890. Óleo sobre madera. Francisco Oller.

Iris Mónica Vargas: Cambiando de tema: Estaba ponderando las distinciones, si puedo decirlo así, entre el uso del lenguaje desde la perspectiva de la literatura y el proceso creativo, y el lenguaje y su usanza dentro del contexto de la medicina. Es decir, pensaba en cómo en la medicina, muchas veces, habitamos lo que llamaría un espacio en ausencia del lenguaje, ocupado, principalmente, por la mecánica de la acción. Y, quizás porque aún me impacta bastante experimentar el invierno acá por donde ando, vino a mi mente la imagen de un árbol como representación de esa interacción entre el ser humano y el lenguaje en esos contextos. Se me ocurre que en la literatura, en la creación artística, esos “árboles” viven/existen/se experimentan en su diversidad de estaciones. En la medicina, sin embargo, las circunstancias —de enfermedad (en el caso de los pacientes), o de tiempo, carga laboral o inclusive, de convicción sobre lo que hace eficiente a un médico, en el caso de quienes ofrecen cuidado de salud —ese árbol imperante de la interacción pareciera tronco seco, muchas veces sin hojas. Si quedase alguna hoja, es sólo como remanente —lo único que el pragmático viento no se ha llevado. Si fuera posible contemplarle, como contempla uno a una criatura viva, las curvas de sus ramas parecerían insinuar su anterior forma, y apenas se atisbaría el gesto de las flores que llevaron consigo alguna vez, pero sería una suerte que pudiera uno advertir algo de lo anterior.

El sistema lingüístico de la medicina es un dominio en extremo acotado. El paciente existe como en un otoño perpetuo. Por un lado, algunos pacientes de muchos de los grupos más necesitados, pocas veces son capaces de describir su angustia de un modo que les permita ser entendidos. Por otro lado, algunos médicos ya no logran advertir conscientemente el dominio diminuto y utllitario del lenguaje con el cual tratan, fútilmente, de reinterpretar la vida, inclusive de re-crearla, prescindiendo de lo emotivo (de la empatía que suele acompañar el intercambio entre individuos entre quienes existe la confianza) por creer que ello no forma parte de la ecuación.

Tal vez no sea la medicina el único campo donde ocurre este “fenómeno,” pero en eso pensaba hace poco mientras recorría los pasillos de un hogar de cuido donde vive gente de muchas edades, en un otoño perpetuo, desde un silencio, no obstante, repleto del televisor, una cama desequilibrada, las piernas hinchadas, un hedor a heces en el aire, y las manchas de esas heces en sus ropas o batas semiabiertas.¿Dónde estas? le preguntó la enfermera a una de esas criaturas de otoño en una instancia. “Estoy aquí,” contestó la frágil criatura nada más. “Aquí.” La enfermera no tuvo más que sonreir.

Me provoca curiosidad cómo afecta a un ser humano, o a nuestras interacciones unos con otros, ocupar ese espacio donde la retina mecánica ha tomado la forma de la vida. Cómo sería posible que el lenguaje pudiera hacerse lugar en esos contextos y recuperar, si no la primavera, la dignidad de la diversidad de las estaciones.

Mairym Cruz Bernal: Hermoso lo que me cuentas. Abramos entonces las definiciones. Lenguaje no es solo lo que hacemos con las palabras o la escritura, lenguaje es comunicación con los cinco sentidos o tal vez más, lenguaje es percibir, sentir, ponderar, acariciar, asistir, respirar, mirar ese árbol seco con pájaros alicaídos, y abrazarles, raspar un poco esa piel muerta y dejar que el tronco seco haga su labor de envejecer o reverdecer. No está en nosotros decidir. No somos dioses. Solo humanos, seres vivos que también un día se nos sacará el tronco. Lenguaje es mucho más que palabras. ¿Y la música? La música también tiene su lenguaje. ¿Y las bailarinas? También. Y el borracho que estornuda cerca en la barra done me tomo un Irish Coffee en la ciudad de Nueva York, también tiene su lenguaje. La miseria también tiene su lenguaje tanto como la alegría. El poeta la escucha como ningún otro artista. Pero todo artista escucha la vida. Y a veces, también la inventa.

Iris Mónica Vargas: Mairym, has trabajado numerosos libros, durante una larga trayectoria, y te sigue un grupo muy nutrido de admiradores que respeta y valora muchísimo tu trabajo creativo. Conversaba hace poco con otra escritora, Mara Pastor, sobre las virtudes o falta de ellas, desde el casi-silencio de esta etapa de mi carrera. Recuerdo que fue la escritora Yolanda Arroyo Pizarro, durante la única ocasión cuando hemos podido coincidir frente a frente, quien me dijo: “La que va a determinar el que sigas escribiendo, será el que puedas o no resistir el poderoso rechazo de los demás”. Y tenía razón. Ese casi-silencio, o invisibilidad, si bien me deja espacio para el cambio por no tener en mente todavía la idea de una audiencia particular más allá de la imaginada —desconozco quién me lee— también es muy solitario, como bien me advirtió ella aquella vez. Tienes que estar bien centrada/o en tu amor por escribir, tu ímpetu por crear, por seguir adelante, porque el camino es solitario y en ocasiones llega a doler. ¿Cómo te sientes hoy día en comparación a cómo pudiste haberte sentido en antaño cuando te encontrabas dentro de ese casi-silencio (si es que alguna vez habitaste ese lugar tú también, no todo mundo lo experimenta)? ¿Qué ha sido constante en tu proceso? ¿Qué ha sido relevante? ¿Y qué cosas aún no cambian no importa el tiempo transcurrido?

Mairym Cruz Bernal: Me acabo de levantar y me he preparado un café muy caliente para seguir este diálogo con tus palabras, pues no es contigo, a ti no te veo, a ti no te conozco. Respondo a tus palabras por un respeto al proceso, al encuentro con el otro a través de este modo útil de comunicación. Pero seguimos invisibles. Nadie me sigue. Leen apenas algunos atisbos de cosas que he escrito. No por eso siento que alguien me sigue. Y sobre la soledad, somos todos los seres humanos, seres solos. Nacimos y crecemos y moriremos en nuestra cabecita, solos. Acompañados si tenemos suerte, y de muchas personas a través de la vida. Pero somo seres solos. Y eso hay que aceptarlo. No escribo para nadie, excepto para mí misma. La escritura me ayuda a organizar mi caos. Cierto que cuando hago lecturas de mis escritos, me siento aceptada y acompañada por ese instante de una o dos horas que dura el evento. Después vuelvo a mi casa y vuelvo en mí. A veces hay una inmensa soledad. Otras una soledad chiquita. Al pasar la vida, sí he encontrado seres similares a mí. Como si fuera parte de una raza semejante. Yolanda Arroyo Pizarro es una de ellas. Somos siamesas en nuestro espíritu. Y hay mucho amor. Y así mi editor en Colombia, mis amigos desparramados por muchas partes del mundo, todos seres que he elegido en mi búsqueda, en los caminos del mundo, y con las esquinas donde celebro la vida.

Vista de Río Piedras, sin fecha. Óleo sobre cartón. Manuel Jordán.

Iris Mónica Vargas: Estaba leyendo un artículo sobre el impacto del calentamiento global en nuestros vecindarios. El autor discutía la idea de que, contrario a lo que uno podría pensar, son los centros urbanos los que menos impacto tienen sobre el calentamiento global, entre otras cosas, por la cercanía entre los comercios y los hogares, porque la gente tiende a utilizar los automóviles muchísimo menos que en las áreas más alejadas. En estas últimas, la gente necesita más de los automóviles, y las casas tienden a ser de mayor tamaño requiriendo mayor calefacción durante el invierno (en áreas donde hay invierno) y más aire acondicionado (en áreas cálidas o en verano). Y eso me llevó en un viaje a pensar sobre la idea de que cuando escribimos, no solo lo hacemos dentro de un contexto histórico particular, bajo la influencia inmediata de nuestro entorno y las presiones de sus idiosincrasias, e inclusive nuestro trasfondo, sino también, sin casi pensarlo, bajo el impacto que nuestro largo de vida tiene sobre nosotros. (He estado trabajando en un cuento sobre esto, en esos días.)

Por ejemplo: Si fuéramos capaces de vivir, digamos, 125 o 150 años, es decir, ocupando la Tierra durante más tiempo, y en torno a un espacio generacional muchísimo más amplio, ¿cómo escribiríamos? ¿Cuâles temas resultarían más relevantes? Si viviéramos 200 años, estaría la creación artística influenciada por la política, por el activismo, por el romance, inclusive, del mismo modo en que lo está en el presente? ¿Cómo cambiaría la naturaleza de las interacciones entre los personajes de un libro, entre los autores, entre los textos? A mí me parece casi seguro que cambiaría la naturaleza de la creación artística y su producción. Pienso que, principalmente, sería la inmediatez de lo que escribimos lo que mayor evolución mostraría porque nos reconoceríamos habitando conversaciones más largas, de mayor longevidad, con posibilidad de un impacto más prolongado sobre la vida diaria y nuestros pares, y de interacción con una diversidad generacional mucho más vasta. Nuestro sentido de responsabilidad sobre lo que ocurre en nuestro derredor también cambiaría. Estaría, tal vez, dotado de mayor intensidad porque resultaría inevitable reconocernos como individuos que comparten el mundo, el planeta. Seríamos testigos conscientes del efecto que tenemos unos en otros. ¿No? Inclusive seríamos, con mayor probabilidad, capaces de reconocer al árbol cuyo ritmo, entonces, tendría mayor sincronía con el nuestro.

Mairym Cruz Bernal: Hay quienes piensan que regresan y que viven muchas vidas. ¿Sera posible? Hay quien dijo que, si lo puedes pensar, puede ser posible. ¿Sera posible? Sin embargo, en la escritura puedes construir el mundo que quieras, el mundo que puedas pensar, el mundo que sepas pensar. Esa es la maravilla de la escritura. Tal vez el más grande de los escritores sea Tolkien. Inventó un mundo y un lenguaje que, si lo lees, te roba de este, te roba de ti misma y entonces vamos persiguiendo el anillo. No creo que haya un mundo más insondable que el mundo de la literatura, el mundo de la palabra, el mundo de la ficción. Tanto es, que la realidad está sujeta a la ficción que ya mi mente ha inventado de los sucederes de mi vida. ¿Qué no es ficción? Aceptando esto, nos entregamos a una existencia más libre y creativa. El detalle aquí es aprender a pensar. Organizarnos para poder pensar. Estudiar, leer, conversar, leer, estudiar… se aprende a pensar.

En la cosmogonía de tu cuento, responderás a todas esas preguntas. Déjate llevar. Entrégate al instante de la fuga y escribe. Todas las voces ancestrales se agolpan en tu voz al escribir. Hay tanta sabiduría en las palabras. Suéltalas. Vivir tantos años, tener una vida longeva, nos haría mas responsables de nuestro entorno. Creo que a eso quieres llegar. Voy a dejar que tu propia voz responda. Yo no viviré tantos años. Apenas acabo de cumplir 60 y me canso. Y me apetece dormir y quedarme más tiempo en la cama. Hago mis lecturas y hurgo en el mundo los sucederes de la vida, las guerras, las cosas incomprensible. Y me canso. Esta es la sexta pregunta, y ya me he cansado de escribir. No de dialogar contigo, sino de escribir. Me gustaría invitarte a un café y que rompamos juntas todos los espejos que tanto mal nos han traído. Y que caminemos juntas un trecho donde nos aceptarnos tal cual somos sin necesidad de nadie ni de nada. Y es ahí donde inventamos nuestra voz, nuestra belleza y nuestra libertad.

Esta manera de volar en globo, Mairym Cruz Bernal, en Ideas y poesía, Stethoscopes&Pencils (2024)

Esta manera de volar en globo, Mairym Cruz Bernal, en Ideas y poesía, Stethoscopes&Pencils (2024)

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